Hasta aquí
hemos hablado acerca de los átomos y cómo es creada la materia de la nada.
Dijimos que los átomos son los “ladrillos” de todo, sea animado o inanimado. Es
importante advertir esto último, es decir, que son los “ladrillos” de lo que
tiene vida como de lo que no tiene vida. En consecuencia es muy sorprendente
que siendo partículas carentes de vida sean el componente básico de lo
viviente. Esto también es algo que los evolucionistas nunca pueden explicar.
Así como es
imposible imaginar que pedazos de piedras se juntan para formar organismos
vivos, del mismo modo es imposible imaginarse átomos que se juntan por decisión
propia para constituir organismos vivientes. Pensemos en un amontonamiento de
piedras y una mariposa. Las primeras son inanimadas y la segunda animada. No
obstante, al penetrar en su constitución, nos encontramos con que unas y otra
están integradas por las mismas partículas subatómicas.
El ejemplo
que damos a continuación puede servir mejor como explicación respecto de la
imposibilidad de que la materia inanimada se transforme por sí misma en materia
animada: ¿puede volar el aluminio? No. ¿Podrá volar una mezcla de aluminio con
gasolina y plástico? Por supuesto, tampoco. Esos elementos podrán volar
solamente si los juntamos de tal manera que constituyan un aeroplano. Pero,
¿quién hace que el aeroplano vuele? ¿Las alas? ¿El motor? ¿El piloto? Nada de
lo nombrado consigue por sí mismo que el aeroplano vuele. Es decir, para
conseguir que vuele es necesario ensamblar distintas partes según un diseño
particular, pero ninguna de ellas por separado tiene la capacidad de volar. Las
características de cada uno de los componentes son importantes, pero la
capacidad para el vuelo sólo se obtiene uniendo a todas ellas en un diseño
especial. Los sistemas vivientes responden al mismo principio. Una célula se
forma por medio de la ordenación de átomos inanimados en un diseño muy
especial. Las facultades de la célula, como las de crecimiento, reproducción y
otras, son el resultado de diseños perfectos antes que propiedades de las
moléculas. Ese diseño pertenece a Dios, Quien crea lo vivo a partir de lo
inerte.
Sólo Dios,
el Sabio y Todopoderoso, puede dar vida a una substancia inanimada, es decir,
crear vida. Los sistemas vivientes poseen estructuras tan intrincadas que aún
no se ha descifrado plenamente cómo operan, a pesar de los avances técnicos
modernos.
Cuando se presentó la teoría de la
evolución a mediados del siglo XIX, la investigación usaba microscopios que
daban la impresión de que las células eran amontonamiento de materia. Pero
gracias al microscopio electrónico y otros instrumentos de avanzada, se pasó a
saber que la célula, el “ladrillo” de lo viviente, tiene una estructura muy
complicada que sólo se pudo formar como resultado de un diseño perfecto. Lo más
importante es que los estudios modernos demostraron que es absolutamente
imposible que la vida surja espontáneamente de la materia inanimada.
La fuente de la vida sólo es la vida. Esto también ha sido comprobado
experimentalmente . Se trata de otro problema que los evolucionistas nunca
pudieron resolver, motivo por el cual, en vez de presentar evidencias
científicas, nos cuentan cosas que no equivalen más que a cartón pintado,
arreglos artificiales para causar buena impresión. Plantean cosas ilógicas bajo
el barniz de supuestos científicos: dicen que la materia tiene conciencia,
capacidad y voluntad por sí misma. Llegan al punto en que ni ellos mismos creen
los absurdos que plantean y eventualmente se ven forzados a confesar que no pueden
dar una respuesta científica al interrogante o problema principal.
Como confiesan los evolucionistas a los que citamos, el
propósito básico de la teoría de la evolución es negar que Dios creó lo
viviente en particular y todo en general. Aunque la verdad de la creación de
cada cosa es obvia y aunque se ha demostrado definidamente que cada
particularidad es el producto de un diseño demasiado perfecto para ser el
resultado de la casualidad, los evolucionistas se hacen los distraídos frente a
dicha realidad y se mueven en círculos viciosos de manera absurda.
Los
científicos evolucionistas, en vez de aceptar la verdad de la creación
prefieren hablar de las aptitudes de la materia inerte y de cómo lo inanimado
se transforma por sí mismo en organismos animados. Mientras cierran sus ojos a
la realidad, se exponen sin saberlo a la vergüenza. Es obvio que suponer que
los átomos se valen de alguna especie de don para autotransformarse en sistemas
animados no tiene nada que ver con la razón y la cordura.
Supongamos
que los evolucionistas descubren un escenario en donde átomos inconscientes e
inanimados se transforman en organismos con vida y, lo que es más importante,
en personas con elevados niveles de lucidez e inteligencia. Veamos uno de esos
posible escenarios absurdos.
De alguna
manera, después del Big Bang los átomos pasaron a existir con fuerzas
delicadamente equilibradas. En una cantidad suficiente constituyeron el
universo. Los que se dedicaron a nuestro planeta formaron primero la corteza
terrestre. Pero después, de modo repentino, ¡decidieron producir seres vivos!
Para eso dichos átomos se autotransformaron primero en células con estructuras
muy complejas, luego éstas se reprodujeron por propia decisión mediante la
división directa o indirecta y después configuraron organismos que empezaron a
hablar y a oír. El paso siguiente de esos átomos en su evolución fue
transformarse en profesores universitarios que pasaron a observar mediante el
microscopio electrónico y a pensar que todo ese desarrollo se dio por
casualidad. Otros átomos se juntaron para formar ingenieros que construyen
puentes, rascacielos, naves espaciales y satélites o investigadores que se
especializan en física, química y biología. Atomos como los del carbono, el
magnesio, el fósforo, el potasio y el hierro, no se formaron para producir una
masa oscura sino cerebros perfectos de una complejidad excepcional, cuyos
secretos aún no se han develado en su totalidad. Esos cerebros empiezan a ver
imágenes tridimensionales con una resolución perfecta no lograda hasta ahora
por ninguna tecnología. Otros átomos formaron comediantes que hacen reír a la
gente con sus bromas. También produjeron músicos que alegran la vida de los
demás y así sucesivamente.
Ustedes
decidirán hasta donde llega la irracionalidad de fábulas como la relatada.
Podríamos
seguir enumerando otros “logros”, pero mejor nos detenemos aquí y nos volcamos
a un experimento para demostrar que tales embustes no se pueden concretar
nunca.
Permitamos
que los evolucionistas pongan dentro de un recipiente todos los átomos que
consideren necesarios para dar lugar a la vida. Admitámosles que agreguen allí
todo lo que creen necesario para que dichos átomos se unan y formen materia
orgánica. Y dejemos que se tomen todo el tiempo de espera que les parezca: cien
años, mil años, cien millones de años..., para lo cual deberán transferir el cuidado
del recipiente de padre a hijo. ¿Algún día saldrá de allí, digamos, un
profesor? Sin lugar a dudas, por más que se espere, no saldrá un profesor ni
nada con vida. Aunque en ese recipiente se reuniesen millones de fragmentos
orgánicos, no adquirirán de modo espontáneo las características de algo vivo.
Veamos ahora
si los átomos inconscientes pueden formar naturalmente las moléculas de ADN
--las piedras angulares de la vida-- y las proteínas.
El ADN
(ácido desoxirribonucleico), ubicado en el núcleo de la célula, contiene los
códigos que llevan la información de todos los órganos y características del
cuerpo. Ese código es tan complejo, que los científicos recién lo pudieron
descifrar hasta cierto punto en el decenio de 1940. Contiene toda la
información del ser viviente y puede autorreproducirse. Cómo es que una
molécula formada por el ensamble de átomos puede contener información y cómo se
multiplica autorreplicandose, son cosas que permanecen sin respuesta.
Las
proteínas son los “ladrillos” de lo viviente y juegan un papel clave en muchas
funciones esenciales. Forman parte de la hemoglobina, la cual transporta el
oxígeno a distintos puntos de nuestro organismo; están presentes en los
anticuerpos, los que anulan el efecto de los microbios que se introducen en los
organismos vivos; participan en las enzimas, las que nos ayudan a digerir el
alimento y convertirlo en energía. La fórmula que hay en nuestro ADN permite la
constitución de cincuenta mil tipos de proteínas. Como es obvio, éstas son
decisivas en grado sumo para la supervivencia de los seres vivientes. La sola
ausencia de una de ellas lo imposibilitaría. En consecuencia, antes que nada
podemos concluir que es imposible desde el punto de vista científico que las
moléculas gigantes ADN y proteína se formen espontáneamente como resultado de
algunas casualidades.
El ADN se
compone de una serie de nucleótidos y la proteína de una serie de aminoácidos,
ordenados en ambos casos según una secuencia especial. Es materialmente
imposible que las moléculas de ADN o de proteínas de miles de tipos distintos
se ordenen de modo casual en la secuencia necesaria para la vida. Los cálculos
de probabilidad revelan que la posibilidad de que las moléculas de proteínas
más simples logren la secuencia correcta es igual a cero. (Para más información
ver el libro de Harun Yahya El Engaño del Evolucionismo). Además de esa
imposibilidad matemática también existe un importante obstáculo químico para
que dichas moléculas se formen por casualidad. Si la relación entre el ADN y la
proteína fuese el resultado del paso del tiempo, del azar y de procesos
naturales, entonces habría una especie de tendencia química a que ambos
reaccionaran del modo que lo hacen ácidos y bases. En tal caso, si la
casualidad hubiese jugado realmente un papel, ocurrirían variadas reacciones
químicas naturales al azar entre diversos fragmentos de ADN y proteínas y los
seres vivos que vemos hoy día no se hubiesen formado.
De existir dicha tendencia natural a que fragmentos de ADN y proteína
reaccionen, ¿sería posible entonces que una mezcla de tiempo transcurrido, azar
y leyes químicas originen vida como producto de algún tipo de mezcla de
moléculas? No, para nada. Todo lo contrario, porque el problema es que todas
esas reacciones naturales son las de peor tipo en lo que a sistemas de vida
concierne. El ADN y la proteína, abandonados al paso del tiempo, al azar y a
sus tendencias químicas, reaccionan de un modo que destruye lo viviente, evita
cualquier tipo de desarrollo de vida .
Como vemos,
es absolutamente imposible que el ADN y las proteínas, que de ninguna manera se
constituyen accidentalmente, den lugar a la vida al quedar librados, sin
control, a sus propias tendencias. El filósofo contemporáneo Jean Guitton se
ocupó de dicha imposibilidad en su libro Dios y la Ciencia, al decir que la
vida no pudo haberse formado como resultado de las casualidades:
¿Qué
“casualidad” hizo que ciertos átomos se aproximen para formar las primeras
moléculas de aminoácidos? ¿A través de qué casualidad esas moléculas se
juntaron para formar una estructura extremadamente compleja llamada ADN? Hago
estas simples preguntas como las hizo el biólogo François Jacob: ¿Quién preparó
los diseños de la primer molécula de ADN para proporcionar el primer mensaje
que condujo al nacimiento de la primera célula viviente?
Como expresa Jean Guitton, la ciencia ha llegado a un punto tal gracias a
los descubrimientos realizados en el siglo XX, que han podido establecer
científicamente que la teoría de la evolución de Darwin no tiene ninguna
validez. El biólogo norteamericano Michael Behe se ocupa de esto en su conocido
libro La Caja Negra de Darwin.
Así como todo el universo fue creado de la nada, también los seres
vivientes que en él residen fueron creados de la nada. Así como nada proviene
de la nada por casualidad, está claro que la materia inanimada no pudo
combinarse y formar seres vivos por casualidad. Sólo Dios, Poseedor de poder,
sabiduría y conocimiento infinitos, tiene potestad para hacer esas cosas.
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